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Concha Peñaranda "La Cartagenera"

De Ateneo de Córdoba
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La cantaora Concha Peñaranda, La Cartagenera, es otra figura legendaria de los Cantes de las Minas. Fue uno de los firmes puntales del cante cartagenero y la primera cantaora que haciéndolos alcanzó fama y prestigio en toda la Andalucía de finales del siglo XX. Lo poco que sabemos de ella procede en su mayor parte de fuentes orales y ha sufrido, como casi toda la información que tiene su origen en la transmisión oral, el enriquecimiento mítico que la imaginación de los transmisores ha ido fabulando con el paso del tiempo. Una copla, principalmente, ha desatado todo tipo de fantasías. Esta es su letra:

Conchita la Peñaranda,
la que canta en el café,
ha perdido la vergüenza
siendo tan mujer de bien.

Concepción Peñaranda nació en lo que hoy es La Unión en 1850. Su juventud transcurriría como la de una de tantas muchachas de su época: dicen que fue modista. Cuentan que le gustaba cantar desde bien chica, pero que dudó mucho antes de hacerlo en público. Sin embargo, cuando un día, añaden quienes han oído hablar de ella, se subió, envuelta en su mantón de Manila, al tablao de un café de cante arrebató al público. Después, comenzaron sus desdichas. La Peñaranda era una mujer sincera y temperamental. Parece ser que un día se enamoró y se entregó en cuerpo y alma al hombre que amaba. Luego le pasó lo que tantas veces ocurre: su amante terminó engañándola con otra.

Concha no permitió que nadie publicase su desgracia. Dicen que una noche, harta de sufrir en silencio, subió al tablao y fue ella misma quien en actitud provocativa cantó la famosa copla. La crónica popular añade que la copla corrió de boca en boca y se cantó en ventas y tabernas. A Concha la vida se le hizo insoportable. Cuentan que la Peñaranda se sentía perseguida por las miradas de aquellos que conocían su dolor, que cada noche, en el café, su cante destilaba sufrimiento, especialmente cuando hacía la cartagenera:

Acaba, penita, acaba,
acaba ya de una vez,
que con el morir se acaba
la pena y el padecer.

Lo cierto es que un día Conchita la Peñaranda se marchó de La Unión. Se llevó con ella sus coplas y las difundió por los cafés cantantes de toda la Andalucía cantaora. En Sevilla conquistó a los buenos aficionados al cante. Fernando el de Triana ha dejado una fiel reseña de aquellos días:

allá por el 1884 se presentó en el primitivo café del Burrero una cantaora apodada La Cartagenera, que triunfó a toda ley cuando costaba mucho trabajo triunfar: y más con un cante que no parecía andaluz, pero que a pesar de eso, tenía algo que hacía sentir, por ejecutarlo con voz clara, limpia y admirablemente administrada, a más de unos estilos compuestos con delicado gusto y fino paladar artístico. ¡Qué cantes cantaba la Peñaranda!
Al salir del arrabal
le eché a mi galgo una liebre;
déjalo, que buena va;
el que la lleva la entiende
y por pies, no se me irá.
No hay para qué decir que la ovación era estruendosa y que se repetía al cantar el segundo cante con la siguiente letra y diferente estilo.

Cómo quieres que en las
olas no haya perlas a millares,
si en la orillita del mar,
te vi llorando una tarde.
-¡Otra!- gritaba el público con verdadero entusiasmo. -¡Otra!- insistían con frenéticos aplausos; y entonces, haciendo un verdadero alarde de facultades, mas con el visto bueno de fiel copista, se arrancaba por aquella afiligranada levantina del clásico estilista el Rojo El Alpargatero y quedaba el triunfo perfectamente redondeado, al bordar la Peñaranda el siguiente cantar:
Lucero de la mañana,
acaba ya de salir,
que te está esperando el alba
en el Puente del Genil.
Huelga decir la tan justa como cariñosa ovación con que el público despedía a la sublime cantadora en cada una de las dos sesiones en que tomaba parte todas las noches; por lo cual, los contratos por meses se prorrogaban hasta convertirse en años consecutivos, cada vez con mayor éxito.

Concha la Peñaranda, la Cartagenera, como desde entonces se la conoce, no sólo fue uno de los firmes puntales del cante cartagenero, sino que tuvo que ser una de las mejores cantaoras de su tiempo. Hacía los cantes del Rojo, al que probablemente conocería cuando el Alpargatero vivía en Almería; pero dominó muchos otros cantes. Sus peteneras fueron famosas. Una copla nos lo cuenta:

Para naranjas Valencia;
para aguardiente, Arganda;
para cantar peteneras
Conchita la Peñaranda.

Tuvo, como todos los grandes cantaores del momento, malagueña propia. Otra copla la recuerda:

Lo mejor que hay en el cante
de Levante, es Cartagena,
y si en el cante te empeñas,
escucha a la Peñaranda
cantando su malagueña.

Una malagueña en la que se podía apreciar los tonos de su tierra. Se ha cantado siempre con la siguiente letra:

Ni quien se acuerde de mí,
yo no tengo quien me quiera
ni quien se acuerde de mí,
que el que desgraciao nace
no merece ni el vivir.
Para qué quiere vivir. (Enrique Morente Cante flamenco. Hispavox. Madrid, 1967).

Concepción Peñaranda, la Cartagenera, se ganó a pulso un sitio de honor en la historia de los cantes de La Unión y Cartagena, porque fue la primera que los enseñó magistralmente en los cafés cantantes de Andalucía. Dónde y cómo murió es algo que se desconoce hoy. Posiblemente como muchas cantaoras de renombre que finalizaron sus días en la más triste condición. Su vida, a tenor de lo que la tradición cuenta de ella y excepción hecha de sus éxitos como artista, no podía augurarle un fin mejor.

Fuente

Este artículo debe revisar su categorización por un bibliotecario (actualmente el encargado es Sir Arthur (dis. - cont.).