Córdoba mítica

Presentábamos en una recoleta sala de Bodegas Campos el nuevo poemario de Antonio Flores Herrera, «De Rerum Natura». Por cierto, un libro hermoso hasta decir basta, con versos que hicieron prorrumpir en aplausos a los asistentes en más de una ocasión. Al término del acto, ya haciendo honor al fino de la tierra, conversaba con un viejo conocido, recién llegado de la capital de España, y éste me decía: «Javier, la afición que hay en Córdoba a la poesía no la hay en ningún lado».

El evento en cuestión, auspiciado por el Ateneo, no estaba dentro del marco de la ya clausurada Cosmopoética, que ha gozado a lo que parece de una afluencia de público más que estimable en la mayoría de sus citas; como ocurre igualmente con buena parte de los actos culturales programados por estos pagos, pues ese fervor por la poesía cabe entenderlo en sentido amplio, como amor por las letras, la música o la pintura.

¿Triunfalismo? ¿Autocomplacencia? Ni por asomo. Nada podría ser más nocivo. Córdoba no puede permitirse tales lujos, habida cuenta de su situación presente. Pero sí parece cabal el reconocimiento de las principales bazas que alberga esta heredad, presupuesto necesario para impulsarlas hasta donde tal cosa sea posible. Vivimos con la lógica expectación la concesión de la Capitalidad Cultural, como objetivo sacrosanto e irrenunciable. Sin embargo, ése no debe ser sino un empeño coyuntural y, por lo mismo, efímero. Lo que en estas humildes líneas se propugna va más allá de esa aspiración concreta, por benéfica que pueda antojarse en primera instancia.

El crisol de civilizaciones que ha moldeado a través de los siglos la idiosincrasia cordobesa es un ingente legado del que, a menudo, no somos del todo conscientes; pero no por ello deja de estar ahí, más o menos aletargado, siempre latente. Frente al extendido tópico del latifundio y el terrateniente ocioso -todo tópico encierra tanto de verdad como de falsedad-, merece ser ponderada la presencia de una amplia corriente ciudadana que transpira sincero amor por las cosas de su tierra, que se envanece legítimamente de ella, y aspira a un futuro que esté a la altura de su vetusto pasado.

En el imaginario de un ámbito geográfico y humano mucho más extenso de lo que pensamos, Córdoba representa un lugar mítico, un enclave aureolado por la pátina de la cultura en su más extensa acepción. Debiéramos ser capaces de aprovecharlo, más allá de unos fastos concretos y pasajeros.

Javier Ortega
ABC Córdoba, 21 de abril de 2010