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Expulsión de los moriscos

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El 9 de abril de 1609, Felipe III de España decretó la expulsión de los moriscos, descendientes de la población de religión musulmana convertida al cristianismo por la pragmática de los Reyes Católicos del 14 de febrero de 1502.

Causas y antedecentes

La decisión de expulsar a los moriscos vino determinada por varias causas:

  • La mayoría de la población morisca, tras más de un siglo de su conversión forzada al cristianismo, continuaba siendo un grupo social aparte, a pesar de que, excepto en Valencia, la mayoría de las comunidades habían perdido el uso de la lengua árabe en favor del castellano,[1] y de que su conocimiento del dogma y los ritos del islam, religión que practicaban en secreto, era en general muy pobre.
  • Tras la rebelión de las Alpujarras (1568 - 1571), protagonizada por moriscos granadinos, los menos aculturados, fue tomando cada vez mayor peso la opinión de que esta minoría religiosa constituía un verdadero problema de seguridad nacional. Esta opinión se veía reforzada por las numerosas incursiones de piratas berberiscos, que en ocasiones eran facilitadas o festejadas por la población morisca y que asolaban continuamente toda la costa levantina. Los moriscos empezaron a ser considerados una quinta columna, y unos potenciales aliados de turcos y franceses.
  • El comienzo de una etapa de recesión en 1604 derivada de una disminución en la llegada de recursos de América. La reducción de los estándares de vida llevó a la población cristiana a mirar con resentimiento a la morisca.
  • Una radicalización en el pensamiento de muchos gobernantes tras el fracaso por acabar con el protestantismo en los Países Bajos.
  • El intento de acabar con el pensamiento crítico que hacía tiempo corría por Europa sobre la discutible cristiandad de España por la permanencia de algunas minorías religiosas. Con esta decisión se acababa con el proceso homogeneizador que había comenzado con la expulsión de los judíos y ratificaba la cristiandad de los reinos de España. Aunque esta no era la opinión popular, que sólo la veía con cierto resentimiento por competencia de recursos y trabajo.

La opinión pública acerca de los moriscos se encontraba muy dividida entre los que consideraban que se debía dar tiempo a su cristianización, los que consideraban que se debía seguir tolerando y los que proponían expulsarlos.

La población morisca consistía en unas 325.000 personas en un país de unos 8,5 millones de habitantes. Estaban concentrados en los reinos de Aragón, en el que constituían un 20% de la población, y de Valencia, donde representaban un 33% del total de habitantes. A esto hay que añadir que el crecimiento de la población morisca era bastante superior al de la cristiana. Las tierras ricas y los centros urbanos de esos reinos eran mayormente cristianos, mientras que los moriscos ocupaban la mayor parte de las tierras pobres y se concentraban en los suburbios de las ciudades.

En Castilla la situación era muy distinta: de una población de 6 millones de personas, entre moriscos y mudéjares sólo juntaban unos 100.000 habitantes. Debido a este mucho menor porcentaje de población y a la positiva experiencia con los antiguos mudéjares, los cuales llevaban siglos conviviendo con la población cristiana, el resentimiento hacia los moriscos en la corona de Castilla era menor al de la población cristiana de la corona de Aragón.

Un gran número de eclesiásticos apoyaban la opción de dar tiempo, una opción en parte apoyada por Roma, pues consideraban que una total conversión requería de una prolongada asimilación en las creencias y sociedad cristianas. La nobleza aragonesa y valenciana era partidaria de dejar las cosas como estaban, pues éstos eran los grupos que más se beneficiaban de la mano de obra morisca en sus tierras. El campesinado, sin embargo, los veía con resentimiento y los consideraba rivales.

Entre los defensores de la expulsión se cuenta a Jaime Bleda, inquisidor de Valencia, donde la población morisca era la más numerosa, quien propuso al rey la expulsión de los moriscos. En un principio la idea no fue considerada por el gobierno, pero la misma fue propuesta de nuevo por el arzobispo de Valencia, Juan de Ribera, que apoyaba la expulsión al considerarlos herejes y traidores, a lo que el arzobispo añadió una característica que hizo la proposición bastante atractiva: el rey se podría beneficiar de la confiscación de bienes y propiedades de la población morisca e incluso esclavizarlos.

La política acerca de la población morisca hasta 1608 había sido la de conversión, aunque con anterioridad Carlos I (en 1526) y Felipe II (en 1582) hubiesen insinuado y pretendido una medida más radical. Sin embargo, fue a partir de 1608 cuando el Consejo de Estado comenzó a considerar la opción de la expulsión y en 1609 recomendó al rey tomar dicha medida.

Desarrollo de la expulsión

El 9 de abril de 1609 se tomó la decisión de expulsar a los moriscos. Pero el proceso podía suponer problemas debido a la importancia en factores de población de dichos habitantes. Se decidió empezar por Valencia, donde la población morisca era mayor y los preparativos fueron llevados en el más estricto secreto. Desde comienzos de septiembre, tercios llegados de Italia tomaron posiciones en el norte y sur del reino de Valencia y el 22 de ese mes el virrey ordenó la publicación del decreto. La aristocracia valenciana se reunió con representantes del gobierno para protestar por la expulsión, pues ésta supondría una disminución de sus ingresos, pero la oposición al decreto fue disminuida ante la oferta de quedarse con parte de la propiedad territorial de los moriscos. A la población morisca se le permitió llevarse todo aquello que pudiesen, pero sus casas y terrenos pasarían a manos de sus señores, con pena de muerte en caso de quema o destrucción antes de la transferencia.

A partir del 30 de septiembre fueron llevados a los puertos, donde como ofensa última fueron obligados a pagar el pasaje. Los primeros moriscos fueron transportados al norte de África, donde en ocasiones fueron atacados por la población de los países receptores. Esto causó temores en la población morisca restante en Valencia, y el 20 de octubre se produjo una rebelión morisca contra la expulsión. Los rebeldes fueron reducidos en noviembre y se terminó con la expulsión de los últimos moriscos valencianos. A principios de 1610 se realizó la expulsión de los moriscos aragoneses y en septiembre la de los moriscos catalanes.

La expulsión de los moriscos de Castilla era una tarea más ardua, puesto que estaban mucho más dispersos tras haber sido repartidos en 1571 por el reino después de la rebelión de las Alpujarras. Debido a esto, a la población morisca se le dio una primera opción de salida voluntaria del país, donde podían llevarse sus posesiones más valiosas y todo aquello que pudieran vender. Así, en Castilla la expulsión duró tres años (de 1611 a 1614) e incluso algunos consiguieron evadir la expulsión y permanecieron en España.

Consecuencias

El Consejo de Castilla evaluó la expulsión en 1619 y concluyó que no había tenido efectos económicos para el país. Esto es cierto para el reino de Castilla, ya que algunos estudiosos del fenómeno no han encontrado consecuencias económicas en los sectores donde la población morisca era más importante. De hecho, el quebranto demográfico no podía compararse, ni de lejos, al medio millón de víctimas de la gran peste de 1598 - 1602, cinco veces más que el número de moriscos expulsados en dicho reino. Sin embargo, en el Reino de Valencia supuso un abandono de los campos y un vacío en ciertos sectores al no poder la población cristiana ocupar el gran espacio dejado por la numerosa población morisca. En efecto, se estima que en el momento de la expulsión un 33% de los habitantes del Reino de Valencia eran moriscos, y algunas comarcas del norte de Alicante perdieron a prácticamente toda su población, que tanto en esta como en otras zonas fue necesario reponer con incentivos a la repoblación desde otros puntos de España.

La expulsión de un 4% de la población puede parecer de poca importancia, pero hay que considerar que la población morisca era una parte importante de la masa trabajadora, pues no constituían nobles, hidalgos, soldados ni sacerdotes. Por tanto, esto supuso una merma en la recaudación de impuestos, y para las zonas más afectadas (Valencia y Aragón) tuvo unos efectos despobladores que duraron décadas y causaron un vacío importante en el artesanado, producción de telas, comercio y trabajadores del campo. Muchos campesinos cristianos además veían cómo las tierras dejadas por la población morisca pasaban a manos de la nobleza, la cual pretendía que el campesinado las explotase a cambio de unos alquileres y condiciones abusivas para recuperar sus “pérdidas” a corto plazo. Por otra parte, la expulsión nutrió la filas de los piratas berberiscos que asaltaron las costas mediterráneas españolas durance cerca de un siglo.

Cronología

  • 711. Invasión de la peninsula Ibérica por algunos pueblos de religión musulmana.
  • 1492. Rendición de Granada, en cuya capitulación se respetaba la religión islámica de sus habitantes.
  • 1499. Conversión forzosa de los granadinos por el Cardenal Cisneros
  • 1501. Pragmática del Cardenal Cisneros dando a elegir a los musulmanes del reino de Castilla entre el exilio y la conversión: los mudéjares del Medioevo pasaron a ser así pura, y simplemente moriscos
  • 1516. Se les fuerza a abandonar su vestimenta y costumbres, aunque la medida queda en suspenso por espacio de diez años
  • 1525. Conversión por edicto de los moriscos de Aragón y Valencia.
  • 1526. Rebelión de Espadán, en la sierra del mismo nombre cerca de Segorbe, al sur de la provincia actual de Castellón.
  • 1562. Una junta compuesta de eclesiásticos, juristas y miembros del Santo Oficio prohíbe a los granadinos el uso de la lengua árabe.
  • 1569. Rebelión de las Alpujarras y guerras de Granada. Los moriscos alpujarreños son reasentados y dispersados por tierras de Castilla-La Vieja.
  • 1588 - 1595. Aparecen en Granada los falsos Plomos del Sacromonte y los manuscritos de la Torre Turpiana, intento desesperado de un grupo de moriscos de legitimar su estancia en España.
  • 1609, 9 de abril. El Duque de Lerma firma la expulsión de los moriscos de todos los reinos de España.
  • 1609, 30 de septiembre. Empieza la expulsión de los moriscos valencianos.
  • 1609, el 20 de octubre se produce una rebelión morisca contra la expulsión, pero los rebeldes son reducidos en noviembre.
  • 1610. Se expulsa a los moriscos aragoneses.
  • 1610, septiembre. Se expulsa a los moriscos catalanes.
  • 1611 - 1614. Se expulsa a los moriscos de tierras de Castilla.

Vindicación posterior de los moriscos

Cervantes señalaba ya en la historia de Ricote incluida en el Quijote las consecuencias humanas de la expulsión de los moriscos. El humanista judeoconverso y antiescolástico Pedro de Valencia, discípulo y testamentario del hebraísta Benito Arias Montano, escribió con su Tratado acerca de los moriscos de España, inédito hasta 1979, la defensa mejor argumentada de la causa de los expulsos. Denuncia "el agravio que se les hace en privarlos de sus tierras y en no tratarlos con igualdad de honra y estimación con los demás ciudadanos y naturales". Se levanta contra los estatutos del cardenal Silíceo y propugna una política de matrimonios mixtos de moriscos y cristianos viejos para "persuadir a los ciudadanos de la república, que todos son hermanos de un linaje y de una sangre". En el siglo XVI se vindicó su figura en la Historia de la rebelión y castigo de los moriscos (1600) de Luis de Mármol y Carvajal. En el siglo XX los historiadores Américo Castro, Antonio Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Mercedes García-Arenal, Bernard Vincent, Louis Cardaillac, Francisco Márquez Villanueva y el escritor Juan Goytisolo han reivindicado el desastre que tanto para España como para los moriscos supuso la expulsión, en términos económicos, culturales y simplemente humanos. Los estatutos de limpieza de sangre anulaban la meritocracia del comercio y del trabajo frente a la "negra honra" de los cristianos viejos, haciendo imposible detener la ya perceptible decadencia española hasta las Cortes de Cádiz, pese a las políticas más sensatas de Olivares y de los ministros ilustrados del XVIII.

Bibliografía

  • Julio Caro Baroja, Los moriscos del Reino de Granada (Madrid, Alianza, 2003)
  • Bernard Vincent, Historia de los moriscos. Vida y tragedia de una minoría (Madrid, 1978, ed. Revista de Occidente, 3.ª ed., Madrid: Alianza ed., 1985 (en col. con Antonio Dominguez Ortiz), trad. árabe, Qatar, 1984)
  • Mikel de Epalza, Los moriscos antes y después de la expulsión (Mapfre, 1992)
  • Francisco Márquez, El problema morisco desde otras laderas (Libertarias)
  • Bernard Vincent, El río morisco (Valencia: Universidad de Valencia, 2006)
  • Manuel Barrios Aguilera, La convivencia negada. Historia de los moriscos del Reino de Granada, (Comares, 2008, 2.ª ed.)
  • María Luisa Candau Chacón, "Los moriscos en el espejo del tiempo", (Huelva, 1997)
  • Ildefonso Falcones, "La Mano de Fátima" novela historica" (GRIJALBO 2009)

Referencias

  1. ↑ pág. 48 de ANES Y ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, Gonzalo; Gonzalo Anes Alvarez. Real Academia de la Historia (ed.). Las tres culturas, pp. 260. ISBN 8495983990. «Tanto en Castilla como en Aragón los mudéjares hablaban corrientemente la lengua romance a fines de la Edad Media. No así en Valencia, cuyos musulmantes tenían contactos más continuos con Granada y el Magreb»

Véase también

Enlaces externos

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