Ateneo de Córdoba. Calle Rodríguez Sánchez, número 7 (Hermandades del Trabajo).

PRÓXIMOS ACTOS DEL ATENEO DE CÓRDOBA

Nueva Junta Junta Directiva del Ateneo de Córdoba

Marzo , 1a.quincena. Conferencia de JUAN ORTIZ VILLALBA. " LA MASONERÍA EN CÓRDOBA ". (Presenta José Luis García Clavero).
Jueves 11 de abril. Conferencia de DESIDERIO VAQUERIZO." LOS ORIGENES DE CÓRDOBA". (Presenta J.L.G.C).
Finales de abril, primera semana de mayo. Proyección del documental "MONTE HORQUERA" de FERNANDO PENCO, galardonado en diversos Festivales internacionales (Italia, India, Holanda etc,)
Lunes 11 de Mayo. Conferencia de MANUEL VACAS." LA GUERRA CIVIL EN EL NORTE DE LA PROVINCIA DE CÓRDOBA.LAS BATALLAS DE POZOBLANCO Y PEÑARROYA- VALSEQUILLO". (Presenta Antonio BARRAGÁN).Todos los actos en la Sede del Ateneo.

CONVOCADOS LOS PREMIOS DEL ATENEO DE CÓRDOBA
XI Premio de Relato Rafael Mir.
XXXIX Premio de Poesía Juan Bernier.
IX Premio Agustín Gómez de Flamenco Ateneo de Córdoba.

Fallo de las Fiambreras de Plata 2023, relación de homenajeados aquí.

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Diferencia entre revisiones de «Arte y cultura en el franquismo»

De Ateneo de Córdoba
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'''Arte y cultura en el franquismo''', '''arte y cultura del franquismo''' o '''arte y cultura franquista''' son denominaciones historiográficas con poco uso más allá de la ubicación cronológica o la identificación política. Usadas de forma genérica, no implican una calificación ideológica o estética de todo el arte y la cultura de la época franquista (1939-1975), que sólo sería adecuada para el arte y la cultura más identificados con el régimen de [[Francisco Franco|Franco]] —o, con expresiones a veces usadas, arte y cultura fascista en España, arte y cultura falangista o arte y cultura nacional-católica—, a pesar de lo diferentes que puedan ser entre sí (la literatura de [[José María Pemán|Pemán]], [[Agustín de Foxá|Foxá]] o [[Luis Rosales|Rosales]], la pintura de [[Carlos Sáenz de Tejada|Sáenz de Tejada]] o Sotomayor, la arquitectura y escultura del Valle de los Caídos, la música del Concierto de Aranjuez o de las canciones de [[Antonio Quintero|Quintero]], [[Rafael de León|León]] y [[Manuel López-Quiroga Miguel|Quiroga]], el cine de [[José Luis Sáenz de Heredia|Sáenz de Heredia]] o [[Luis Lucia]], la psiquiatría de [[Antonio Vallejo-Nájera|Vallejo-Nájera]] o [[Juan José López Ibor|López Ibor]], las ciencias sociales de [[Melchor Fernández Almagro|Fernández Almagro]], [[Ramón Carande y Thovar|Carande]] o [[Luis Suárez Fernández|Suárez Fernández]]).
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'''Arte y cultura en el franquismo''', '''arte y cultura del franquismo''' o '''arte y cultura franquista''' son denominaciones historiográficas con poco uso más allá de la ubicación cronológica o la identificación política. Usadas de forma genérica, no implican una calificación ideológica o estética de todo el arte y la cultura de la época franquista (1939-1975), que sólo sería adecuada para el arte y la cultura más identificados con el régimen de [[Francisco Franco|Franco]] —o, con expresiones a veces usadas, arte y cultura fascista en España, arte y cultura falangista o arte y cultura nacional-católica—, a pesar de lo diferentes que puedan ser entre sí (la literatura de [[José María Pemán|Pemán]], [[Agustín de Foxá|Foxá]] o [[Luis Rosales|Rosales]], la pintura de [[Carlos Sáenz de Tejada|Sáenz de Tejada]] o [[Fernando Álvarez de Sotomayor|Sotomayor]], la arquitectura y escultura del Valle de los Caídos, la música del Concierto de Aranjuez o de las canciones de [[Antonio Quintero|Quintero]], [[Rafael de León|León]] y [[Manuel López-Quiroga Miguel|Quiroga]], el cine de [[José Luis Sáenz de Heredia|Sáenz de Heredia]] o [[Luis Lucia]], la psiquiatría de [[Antonio Vallejo-Nájera|Vallejo-Nájera]] o [[Juan José López Ibor|López Ibor]], las ciencias sociales de [[Melchor Fernández Almagro|Fernández Almagro]], [[Ramón Carande y Thovar|Carande]] o [[Luis Suárez Fernández|Suárez Fernández]]).
  
 
Más aún, buena parte de la producción artística y cultural española de la época fue realizada por autores ideológicamente opuestos o indiferentes, o con criterios estéticos completamente ajenos a una estética fascista ([[Carmen Laforet|Laforet]], [[Antonio Buero Vallejo|Buero Vallejo]], [[Vicente Aleixandre|Aleixandre]] —literatura—, [[Salvador Dalí|Dalí]], [[Joan Miró|Miró]], [[Antoni Tapies|Tapies]] —pintura—, [[Pablo Serrano|Serrano]], [[Eduardo Chillida|Chillida]], [[Jorge Oteiza|Oteiza]] —escultura—, [[Francisco Javier Sáenz de Oiza|Sáenz de Oiza]], [[Miguel Fisac|Fisac]] —arquitectura—, [[Carmelo Bernaola|Bernaola]], [[Luis de Pablo|de Pablo]] —música—, [[Luis García Berlanga|Berlanga]], [[Juan Antonio Bardem|Bardem]], [[Carlos Saura|Saura]] —cine—, [[Francisco Grande Covián|Grande Covián]], [[Miguel Catalán Sañudo|Catalán]], [[Jorge Francisco Tello|Tello]], [[Iván Zulueta|Zulueta]] —ciencias naturales—, [[Jaume Vicens Vives|Vicens Vives]], [[José Antonio Maravall|Maravall]], [[Antonio Domínguez Ortiz|Domínguez Ortiz]], [[Julio Caro Baroja]], [[José Luis Sampedro|Sampedro]], [[Fabián Estapé|Estapé]], [[Juan José Linz|Linz]] —ciencias sociales—). A algunos de esos creadores se les sitúa con mayor o menor precisión en el denominado exilio interior, aunque muchos de ellos, lo tuvieran o no desde el inicio, terminaron alcanzando un gran reconocimiento social e incluso oficial, puesto que el régimen se esforzó en mantener una actitud inclusiva hacia los productos culturales que no fueran identificados como un desafío directo de la oposición (especialmente a partir del nombramiento de [[Joaquín Ruiz-Giménez Cortés|Joaquín Ruiz-Giménez]] como ministro de Educación sustituyendo a José Ibáñez Martín en 1951).
 
Más aún, buena parte de la producción artística y cultural española de la época fue realizada por autores ideológicamente opuestos o indiferentes, o con criterios estéticos completamente ajenos a una estética fascista ([[Carmen Laforet|Laforet]], [[Antonio Buero Vallejo|Buero Vallejo]], [[Vicente Aleixandre|Aleixandre]] —literatura—, [[Salvador Dalí|Dalí]], [[Joan Miró|Miró]], [[Antoni Tapies|Tapies]] —pintura—, [[Pablo Serrano|Serrano]], [[Eduardo Chillida|Chillida]], [[Jorge Oteiza|Oteiza]] —escultura—, [[Francisco Javier Sáenz de Oiza|Sáenz de Oiza]], [[Miguel Fisac|Fisac]] —arquitectura—, [[Carmelo Bernaola|Bernaola]], [[Luis de Pablo|de Pablo]] —música—, [[Luis García Berlanga|Berlanga]], [[Juan Antonio Bardem|Bardem]], [[Carlos Saura|Saura]] —cine—, [[Francisco Grande Covián|Grande Covián]], [[Miguel Catalán Sañudo|Catalán]], [[Jorge Francisco Tello|Tello]], [[Iván Zulueta|Zulueta]] —ciencias naturales—, [[Jaume Vicens Vives|Vicens Vives]], [[José Antonio Maravall|Maravall]], [[Antonio Domínguez Ortiz|Domínguez Ortiz]], [[Julio Caro Baroja]], [[José Luis Sampedro|Sampedro]], [[Fabián Estapé|Estapé]], [[Juan José Linz|Linz]] —ciencias sociales—). A algunos de esos creadores se les sitúa con mayor o menor precisión en el denominado exilio interior, aunque muchos de ellos, lo tuvieran o no desde el inicio, terminaron alcanzando un gran reconocimiento social e incluso oficial, puesto que el régimen se esforzó en mantener una actitud inclusiva hacia los productos culturales que no fueran identificados como un desafío directo de la oposición (especialmente a partir del nombramiento de [[Joaquín Ruiz-Giménez Cortés|Joaquín Ruiz-Giménez]] como ministro de Educación sustituyendo a José Ibáñez Martín en 1951).
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Los artistas y literatos afines al franquismo han sufrido de una general minusvaloración por la historiografía y la crítica artística y literaria. Como sentenció [[Andrés Trapiello]]:
 
Los artistas y literatos afines al franquismo han sufrido de una general minusvaloración por la historiografía y la crítica artística y literaria. Como sentenció [[Andrés Trapiello]]:
  
:ganaron la guerra y perdieron la historia de la literatura.
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::''ganaron la guerra y perdieron la historia de la literatura''.
  
En correspondencia con el esquema menendezpelayano (identificación de España con lo católico y de su opuesto con lo antiespañol, venga de fuera o de adentro), el nuevo orden cultural y educativo que se pretendió crear en 1939 se centró de forma obsesiva en el nacionalismo y la religión. Lo pretendiera o no, el franquismo no consiguió imponer una cultura totalitaria uniforme con carácter excluyente de otras manifestaciones culturales, y las fuentes historiográficas suelen utlizar los términos «tradicionalista», «autoritaria» y «dictatorial» para describirla. Sí que significó, especialmente durante la posguerra, una cultura de imposición con actitudes de reconquista o imperialistas, que supuso una fuerte represión, la depuración generalizada y sistemática del sistema educativo (el magisterio —comisión D—, las enseñanzas medias —comisión C— y la universidad —comisiones A y B—) y de todas las instituciones culturales (las Reales Academias, que fueron agrupadas en el Instituto de España en 1938 —incluso [[Ramón Menéndez Pidal]] cesó como director de la de la Lengua entre 1939 y 1947—, museos como el Prado —al frente del que se repuso al director depuesto por la [[Segunda República Española|República]] en 1931-, el [[Ateneo de Madrid]] y otras, entre las que destacaron las más identificadas con el [[krausismo]] —[[Institución Libre de Enseñanza]], Junta para la Ampliación de Estudios, [[Residencia de Estudiantes]], Instituto Escuela—, que fueron recreadas de nueva planta —CSIC e Instituto Ramiro de Maeztu—) para ponerlas en manos de las órdenes religiosas y de personalidades afines (sin demasiados miramientos procedimentales —oposiciones patrióticas—) y la implantación de una censura ideológica y moral y de un aparato de propaganda que utilizó de forma eficaz los modernos medios de comunicación de masas (NO-DO, Prensa del Movimiento, el control estricto de las emisoras de radio y desde 1956 la televisión). La persecución de los nacionalismos periféricos no significó la prohibición de las lenguas y culturas locales (catalán y cultura catalana, euskera y cultura vasca, gallego y cultura gallega), pero sí una política de imposición del castellano (si eres español, habla español) en la educación y en la práctica totalidad de los ámbitos públicos, que no siempre se siguió en la misma medida y con la que ni siquiera todos los dirigentes del régimen estaban de acuerdo (polémica entre Carlos Sentís y Josep Montagut).
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En correspondencia con el esquema menendezpelayano (identificación de España con lo católico y de su opuesto con lo antiespañol, venga de fuera o de adentro), el nuevo orden cultural y educativo que se pretendió crear en 1939 se centró de forma obsesiva en el nacionalismo y la religión. Lo pretendiera o no, el franquismo no consiguió imponer una cultura totalitaria uniforme con carácter excluyente de otras manifestaciones culturales, y las fuentes historiográficas suelen utlizar los términos «tradicionalista», «autoritaria» y «dictatorial» para describirla. Sí que significó, especialmente durante la posguerra, una cultura de imposición con actitudes de reconquista o imperialistas, que supuso una fuerte represión, la depuración generalizada y sistemática del sistema educativo (el magisterio —comisión D—, las enseñanzas medias —comisión C— y la universidad —comisiones A y B—) y de todas las instituciones culturales (las Reales Academias, que fueron agrupadas en el Instituto de España en 1938 —incluso [[Ramón Menéndez Pidal]] cesó como director de la de la Lengua entre 1939 y 1947—, museos como el Prado —al frente del que se repuso al director depuesto por la [[Segunda República Española|República]] en 1931-, el [[Ateneo de Madrid]] y otras, entre las que destacaron las más identificadas con el [[krausismo]] —[[Institución Libre de Enseñanza]], Junta para la Ampliación de Estudios, [[Residencia de Estudiantes]], Instituto Escuela—, que fueron recreadas de nueva planta —CSIC e Instituto Ramiro de Maeztu—) para ponerlas en manos de las órdenes religiosas y de personalidades afines (sin demasiados miramientos procedimentales —oposiciones patrióticas—) y la implantación de una censura ideológica y moral y de un aparato de propaganda que utilizó de forma eficaz los modernos medios de comunicación de masas (NO-DO, Prensa del Movimiento, el control estricto de las emisoras de radio y desde 1956 la televisión). La persecución de los nacionalismos periféricos no significó la prohibición de las lenguas y culturas locales (catalán y cultura catalana, euskera y cultura vasca, gallego y cultura gallega), pero sí una política de imposición del castellano (si eres español, habla español) en la educación y en la práctica totalidad de los ámbitos públicos, que no siempre se siguió en la misma medida y con la que ni siquiera todos los dirigentes del régimen estaban de acuerdo (polémica entre [[Carlos Sentís]] y Josep Montagut).
  
 
En el reparto de parcelas de poder entre las familias del franquismo (católicos, azules, monárquicos —carlistas y juanistas— y militares —africanistas y de otras tendencias-) correspondieron a cada una de ellas ámbitos ministeriales y funciones no siempre bien delimitadas: a los católicos les correspondió el Ministerio de Educación Nacional, donde se centraba la mayor parte de la política cultural; pero a los azules les correspondía la política social y el aparato del Movimiento Nacional, que pretendía una presencia totalitaria en todos los aspectos de la vida pública e incluso privada. Cada una de las familias disponía de medios de comunicación afines.
 
En el reparto de parcelas de poder entre las familias del franquismo (católicos, azules, monárquicos —carlistas y juanistas— y militares —africanistas y de otras tendencias-) correspondieron a cada una de ellas ámbitos ministeriales y funciones no siempre bien delimitadas: a los católicos les correspondió el Ministerio de Educación Nacional, donde se centraba la mayor parte de la política cultural; pero a los azules les correspondía la política social y el aparato del Movimiento Nacional, que pretendía una presencia totalitaria en todos los aspectos de la vida pública e incluso privada. Cada una de las familias disponía de medios de comunicación afines.
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Fue muy significativo el encumbramiento a puestos de alta influencia en los ámbitos ideológico y cultural de personalidades clericales (Justo Pérez de Urbel —benedictino—, Plá y Deniel, Gomá, Eijo y Garay, Morcillo —obispos—) o ingresados al clero ya en su madurez (las denominadas vocaciones tardías: [[Ángel Herrera Oria]] —líder de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, se ordenó sacerdote con 53 años y llegó a obispo—, José María Albareda —del Opus Dei desde 1937, fue director del CSIC, y se ordenó sacerdote con 57 años—, [[Manuel García Morente]] —destacado filósofo, se ordenó sacerdote con 54 años—); de tal modo que se ha calificado el ambiente intelectual dominante como tomista, escolástico, neo-tomista o neo-escolástico.
 
Fue muy significativo el encumbramiento a puestos de alta influencia en los ámbitos ideológico y cultural de personalidades clericales (Justo Pérez de Urbel —benedictino—, Plá y Deniel, Gomá, Eijo y Garay, Morcillo —obispos—) o ingresados al clero ya en su madurez (las denominadas vocaciones tardías: [[Ángel Herrera Oria]] —líder de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, se ordenó sacerdote con 53 años y llegó a obispo—, José María Albareda —del Opus Dei desde 1937, fue director del CSIC, y se ordenó sacerdote con 57 años—, [[Manuel García Morente]] —destacado filósofo, se ordenó sacerdote con 54 años—); de tal modo que se ha calificado el ambiente intelectual dominante como tomista, escolástico, neo-tomista o neo-escolástico.
  
La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que “curas y militares”, y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado —hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio— la escoria “demoliberal”, y se había restablecido el esplendor “imperial” de España, ejemplificado en nombres de los que hace mucho tiempo nadie se acuerda, y que no es piadoso recordar.
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::''La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que “curas y militares”, y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado —hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio— la escoria “demoliberal”, y se había restablecido el esplendor “imperial” de España, ejemplificado en nombres de los que hace mucho tiempo nadie se acuerda, y que no es piadoso recordar''. ([[Julián Marías]] La vegetación del páramo).
  
 
==Literatura y ambiente intelectual==
 
==Literatura y ambiente intelectual==
Tanto en la España de Franco como en el exilio y en la imagen de España en el exterior, la Guerra Civil (1936-1939) se perpetuó como referente vital y cultural.
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Tanto en la España de Franco como en el exilio y en la imagen de España en el exterior, la [[Guerra Civil Española|Guerra Civil]] (1936-1939) se perpetuó como referente vital y cultural.
  
 
La destrucción del patrimonio artístico español había sido de gran magnitud, no sólo por actos de guerra, sino particularmente por la furia iconoclasta de la retaguardia republicana. Tales hechos fueron ampliamente divulgados por el nuevo Estado, que a la vez pudo exhibir como un logro propio la recuperación de los fondos más importantes del Museo del Prado, puestos a salvo en Ginebra, y la obtención de la humillada Francia de Vichy de dos piezas emblemáticas salidas de España bajo diferentes circunstancias (la Inmaculada de Soult y la dama de Elche, 1941).
 
La destrucción del patrimonio artístico español había sido de gran magnitud, no sólo por actos de guerra, sino particularmente por la furia iconoclasta de la retaguardia republicana. Tales hechos fueron ampliamente divulgados por el nuevo Estado, que a la vez pudo exhibir como un logro propio la recuperación de los fondos más importantes del Museo del Prado, puestos a salvo en Ginebra, y la obtención de la humillada Francia de Vichy de dos piezas emblemáticas salidas de España bajo diferentes circunstancias (la Inmaculada de Soult y la dama de Elche, 1941).
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===El «páramo cultural»===
 
===El «páramo cultural»===
A pesar de la producción literaria de los intelectuales afines al nuevo Estado Nacional, de la vuelta de algunas celebridades de gran peso internacional (Arturo Duperier, [[José Ortega y Gasset|Ortega y Gasset]], [[Salvador Dalí]]) y del mantenimiento de una mínima actividad científica (creación del Instituto de Estudios Políticos —1939—, del CSIC —1939— y del Instituto de Cultura Hispánica —1946—) y de algunos ámbitos de relación (tertulias como las del Café Gijón, revistas como Vértice —1937 a 1946—, Escorial —1940 a 1950—, Garcilaso-Juventud creadora —1943 a 1946—, Espadaña —1944 a 1951—, Ínsula —desde 1946—, o [[Cántico]] —1947 a 1949—); la larga posguerra española (años cuarenta y cincuenta) representó para el interior de la destruida, hambrienta y aislada España un páramo cultural, agudizado por la represión, la depuración del sistema educativo y de las instituciones culturales, las purgas de libros y la censura. Comparar el periodo con el inmediatamente anterior, la [[Edad de Plata]], da uno de los contrastes más claros de la historia de la cultura española. La expresión «páramo cultural» o «páramo intelectual», muy utilizada, ha sido en sí misma objeto de debate y es para muchos autores injusta con las producciones culturales efectivamente existentes; pero no obstante tiene la virtud de entroncarse en el debate esencialista, introspectivo y pesimista sobre el Ser de España que fue en sí mismo el tema intelectual más importante de la época (en 1949 se sustanció el debate en los libros, de explícitos títulos, de [[Pedro Laín Entralgo]] —El problema de España— y [[Rafael Calvo Serer]] —España sin problema—).
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A pesar de la producción literaria de los intelectuales afines al nuevo Estado Nacional, de la vuelta de algunas celebridades de gran peso internacional ([[Arturo Duperier]], [[José Ortega y Gasset|Ortega y Gasset]], [[Salvador Dalí]]) y del mantenimiento de una mínima actividad científica (creación del Instituto de Estudios Políticos —1939—, del CSIC —1939— y del Instituto de Cultura Hispánica —1946—) y de algunos ámbitos de relación (tertulias como las del Café Gijón, revistas como Vértice —1937 a 1946—, Escorial —1940 a 1950—, Garcilaso-Juventud creadora —1943 a 1946—, Espadaña —1944 a 1951—, Ínsula —desde 1946—, o [[Cántico]] —1947 a 1949—); la larga posguerra española (años cuarenta y cincuenta) representó para el interior de la destruida, hambrienta y aislada España un páramo cultural, agudizado por la represión, la depuración del sistema educativo y de las instituciones culturales, las purgas de libros y la censura. Comparar el periodo con el inmediatamente anterior, la [[Edad de Plata]], da uno de los contrastes más claros de la historia de la cultura española. La expresión «páramo cultural» o «páramo intelectual», muy utilizada, ha sido en sí misma objeto de debate y es para muchos autores injusta con las producciones culturales efectivamente existentes; pero no obstante tiene la virtud de entroncarse en el debate esencialista, introspectivo y pesimista sobre el Ser de España que fue en sí mismo el tema intelectual más importante de la época (en 1949 se sustanció el debate en los libros, de explícitos títulos, de [[Pedro Laín Entralgo]] —El problema de España— y [[Rafael Calvo Serer]] —España sin problema—).
  
 
Desde la historia de la ciencia, el periodo se ha llegado a denominar como destrucción de la ciencia en España. Posiblemente la forma más sintética de describirlo la hallaron algunos novelistas, poetas y dramaturgos en sus títulos: [[Carmen Laforet]] con Nada ([[1945]]), [[Dámaso Alonso]] con Hijos de la ira ([[1946]]) [[Alfonso Sastre]] con La mordaza ([[1954]]), [[Luis Martín Santos]] con Tiempo de silencio ([[1962]]) o [[Carlos Barral]] con Años de penitencia ([[1975]]).
 
Desde la historia de la ciencia, el periodo se ha llegado a denominar como destrucción de la ciencia en España. Posiblemente la forma más sintética de describirlo la hallaron algunos novelistas, poetas y dramaturgos en sus títulos: [[Carmen Laforet]] con Nada ([[1945]]), [[Dámaso Alonso]] con Hijos de la ira ([[1946]]) [[Alfonso Sastre]] con La mordaza ([[1954]]), [[Luis Martín Santos]] con Tiempo de silencio ([[1962]]) o [[Carlos Barral]] con Años de penitencia ([[1975]]).
  
::Madrid es una ciudad de algo más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)
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::''Madrid es una ciudad de algo más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)''
::A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro.
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::''A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro''. (Insomnio, en ''Hijos de la ira'')
::Insomnio, en Hijos de la ira.
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[[Vicente Aleixandre]], entre los [[Generación del 27|poetas del 27]], fue el que mejor representó la apuesta vital e intelectual por un exilio interior fecundo pero discreto. En cambio, destacados representantes de la generación de la amistad, como [[Dámaso Alonso]] y [[Gerardo Diego]], se implicaron en las instituciones culturales del franquismo; mientras que otros ([[Luis Cernuda]], [[Jorge Guillén]], [[Pedro Salinas]] o [[Rafael Alberti]]) salieron a un exilio que compartieron con una pléyade de escritores (Ramón J. Sender, [[Claudio Sánchez-Albornoz]], [[Américo Castro]], [[Corpus Barga]], [[José Bergamín]], [[León Felipe]], [[Francisco Ayala]], [[Max Aub]], [[Arturo Barea]], [[María Zambrano]], [[Castelao]] —en lengua gallega—, [[Josep Carner]] y [[Mercè Rodoreda]] —en lengua catalana—), científicos, artistas y profesionales de todas las disciplinas; cuyo reconocimiento internacional era altísimo en universidades y todo tipo de instituciones culturales, culminando en los premios Nobel de [[Juan Ramón Jiménez]] (literatura, [[1956]]) y [[Severo Ochoa]] (medicina, [[1959]]). La concesión del mismo premio a Aleixandre en [[1977]] —año en que regresaron destacados exiliados supervivientes— se entendió como la convalidación internacional de la recuperación de la democracia en España. Otros exiliados interiores de evidente trayectoria fueron [[Juan Gil-Albert]] o [[Rafael Cansinos Asséns]].
 
[[Vicente Aleixandre]], entre los [[Generación del 27|poetas del 27]], fue el que mejor representó la apuesta vital e intelectual por un exilio interior fecundo pero discreto. En cambio, destacados representantes de la generación de la amistad, como [[Dámaso Alonso]] y [[Gerardo Diego]], se implicaron en las instituciones culturales del franquismo; mientras que otros ([[Luis Cernuda]], [[Jorge Guillén]], [[Pedro Salinas]] o [[Rafael Alberti]]) salieron a un exilio que compartieron con una pléyade de escritores (Ramón J. Sender, [[Claudio Sánchez-Albornoz]], [[Américo Castro]], [[Corpus Barga]], [[José Bergamín]], [[León Felipe]], [[Francisco Ayala]], [[Max Aub]], [[Arturo Barea]], [[María Zambrano]], [[Castelao]] —en lengua gallega—, [[Josep Carner]] y [[Mercè Rodoreda]] —en lengua catalana—), científicos, artistas y profesionales de todas las disciplinas; cuyo reconocimiento internacional era altísimo en universidades y todo tipo de instituciones culturales, culminando en los premios Nobel de [[Juan Ramón Jiménez]] (literatura, [[1956]]) y [[Severo Ochoa]] (medicina, [[1959]]). La concesión del mismo premio a Aleixandre en [[1977]] —año en que regresaron destacados exiliados supervivientes— se entendió como la convalidación internacional de la recuperación de la democracia en España. Otros exiliados interiores de evidente trayectoria fueron [[Juan Gil-Albert]] o [[Rafael Cansinos Asséns]].
  
Los literatos próximos al franquismo ([[Manuel Machado]] —el hermano de Antonio, símbolo vivo de la división fratricida—, [[Eduardo Marquina]], [[Eugenio d'Ors]], [[Julio Camba]], [[Wenceslao Fernández Flórez]], [[Manuel García Morente]], [[Tomás Borrás]], [[Jacinto Miquelarena]], [[José María de Cossío]], el Marqués de Lozoya, [[Rafael Sánchez Mazas]], [[Víctor de la Serna]], [[José María Pemán]] —el juglar de la Cruzada—, [[Ernesto Giménez Caballero]], Manuel Halcón, [[Juan Antonio Zunzunegui]], [[Ángel Valbuena Prat]], [[Eugenio Montes]], [[Samuel Ros]], [[Agustín de Foxá]], [[Luis Rosales]], [[José María Gironella]], [[José Luis Castillo-Puche]], [[Emilio Romero]]) o los que por una razón u otra procuraron aproximarse, con distinta acogida por parte del régimen ([[Azorín]], [[Jacinto Benavente]], [[Ramón Pérez de Ayala]], [[Carlos Arniches]], [[Josep Pla]] —escritor bilingüe catalán y castellano—), han sufrido en su mayor parte un destino común en cuanto a su valoración por la crítica literaria posterior;16 salvando las distancias, en cierto modo similar a la relegación o el desprecio que sufrieron los intelectuales que apoyaron a los regímenes fascistas europeos tras su derrota (casos de [[Louis-Ferdinand Céline|Celine]], [[Martin Heidegger|Heidegger]] o [[Ezra Pound]]). Otros, como [[Camilo José Cela]] o [[Pío Baroja]], han tenido más fortuna.
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Los literatos próximos al franquismo ([[Manuel Machado]] —el hermano de Antonio, símbolo vivo de la división fratricida—, [[Eduardo Marquina]], [[Eugenio d'Ors]], [[Julio Camba]], [[Wenceslao Fernández Flórez]], [[Manuel García Morente]], [[Tomás Borrás]], [[Jacinto Miquelarena]], [[José María de Cossío]], el Marqués de Lozoya, [[Rafael Sánchez Mazas]], [[Víctor de la Serna]], [[José María Pemán]] —el juglar de la Cruzada—, [[Ernesto Giménez Caballero]], [[Manuel Halcón]], [[Juan Antonio Zunzunegui]], [[Ángel Valbuena Prat]], [[Eugenio Montes]], [[Samuel Ros]], [[Agustín de Foxá]], [[Luis Rosales]], [[José María Gironella]], [[José Luis Castillo-Puche]], [[Emilio Romero]]) o los que por una razón u otra procuraron aproximarse, con distinta acogida por parte del régimen ([[Azorín]], [[Jacinto Benavente]], [[Ramón Pérez de Ayala]], [[Carlos Arniches]], [[Josep Pla]] —escritor bilingüe catalán y castellano—), han sufrido en su mayor parte un destino común en cuanto a su valoración por la crítica literaria posterior; salvando las distancias, en cierto modo similar a la relegación o el desprecio que sufrieron los intelectuales que apoyaron a los regímenes fascistas europeos tras su derrota (casos de [[Louis-Ferdinand Céline|Celine]], [[Martin Heidegger|Heidegger]] o [[Ezra Pound]]). Otros, como [[Camilo José Cela]] o [[Pío Baroja]], han tenido más fortuna.
  
El alineamiento en uno u otro bando de la guerra civil fue haciéndose algo difuso para un grupo cada vez mayor de personalidades intelectuales, tanto del exilio como del interior, convergiendo en lo que se ha venido en llamar una tercera España. Es el caso de [[Manuel de Falla]] y de [[Ramón Gómez de la Serna]] (ambos residieron hasta su muerte en Argentina pero no se identificaron especialmente ni con los exiliados republicanos ni con las autoridades franquistas, que procuraban atraérselos); de un significativo conjunto de exiliados republicanos a los que la violencia había distanciado del propio bando republicano desde el inicio de la guerra («los blancos de París»: [[Salvador de Madariaga]], [[Niceto Alcalá-Zamora]] o Alfredo Mendizábal —Comité Español por la Paz Civil, París, febrero de 1937—); y de otro significativo grupo, que optó por quedarse en España o volver en los primeros años de la posguerra: el médico y ensayista [[Gregorio Marañón]] o los filósofos [[José Ortega y Gasset|Ortega y Gasset]], Javier Zubiri y [[Julián Marías]]. Simbólicamente, los tres principales animadores de la Agrupación al Servicio de la República de 1931 (Ortega, Marañón y Pérez de Ayala) coincidieron en su desesperanzado rechazo de ésta y en la resignada aceptación del régimen de Franco, retornando a España en los años cuarenta. Por su parte, un selecto grupo de intelectuales procedentes del falangismo se fue distanciando del régimen (el entorno de la revista Escorial, que ha recibido la polémica denominación de falangismo liberal: [[Pedro Laín Entralgo|Pedro Laín]], [[Antonio Tovar]], [[Dionisio Ridruejo]], José María Alfaro Polanco, [[Gonzalo Torrente Ballester]], [[José Luis López Aranguren]], [[Álvaro Cunqueiro]] —que continuó escribiendo la mayor parte de su obra en gallego—).
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El alineamiento en uno u otro bando de la guerra civil fue haciéndose algo difuso para un grupo cada vez mayor de personalidades intelectuales, tanto del exilio como del interior, convergiendo en lo que se ha venido en llamar una tercera España. Es el caso de [[Manuel de Falla]] y de [[Ramón Gómez de la Serna]] (ambos residieron hasta su muerte en Argentina pero no se identificaron especialmente ni con los exiliados republicanos ni con las autoridades franquistas, que procuraban atraérselos); de un significativo conjunto de exiliados republicanos a los que la violencia había distanciado del propio bando republicano desde el inicio de la guerra («los blancos de París»: [[Salvador de Madariaga]], [[Niceto Alcalá-Zamora]] o Alfredo Mendizábal —Comité Español por la Paz Civil, París, febrero de 1937—); y de otro significativo grupo, que optó por quedarse en España o volver en los primeros años de la posguerra: el médico y ensayista [[Gregorio Marañón]] o los filósofos [[José Ortega y Gasset|Ortega y Gasset]], [[Javier Zubiri]] y [[Julián Marías]]. Simbólicamente, los tres principales animadores de la Agrupación al Servicio de la República de 1931 (Ortega, Marañón y Pérez de Ayala) coincidieron en su desesperanzado rechazo de ésta y en la resignada aceptación del régimen de Franco, retornando a España en los años cuarenta. Por su parte, un selecto grupo de intelectuales procedentes del falangismo se fue distanciando del régimen (el entorno de la revista Escorial, que ha recibido la polémica denominación de falangismo liberal: [[Pedro Laín Entralgo|Pedro Laín]], [[Antonio Tovar]], [[Dionisio Ridruejo]], José María Alfaro Polanco, [[Gonzalo Torrente Ballester]], [[José Luis López Aranguren]], [[Álvaro Cunqueiro]] —que continuó escribiendo la mayor parte de su obra en gallego—).
  
 
Algo similar ocurrió con la opción explícita de un notable grupo de poetas por desarraigarse (expresión de [[Dámaso Alonso]]) y abandonar el esteticismo garcilasista (propio del entorno de la revista Garcilaso-Juventud creadora: [[Luis Rosales]], [[Luis Felipe Vivanco]], [[Leopoldo Panero]]) en favor de la poesía social (revista Espadaña —de 1944 a 1951—, [[Eugenio de Nora]], [[Victoriano Crémer]], a los que se asocia la trayectoria posterior de [[Gabriel Celaya]] y [[Blas de Otero]] —identificados habitualmente con el exilio interior—) o de un grupo de novelistas etiquetados como tremendistas ([[Camilo José Cela]] —La familia de Pascual Duarte, 1942—, [[Rafael García Serrano]], Luis Landínez, [[Darío Fernández Flórez]]).
 
Algo similar ocurrió con la opción explícita de un notable grupo de poetas por desarraigarse (expresión de [[Dámaso Alonso]]) y abandonar el esteticismo garcilasista (propio del entorno de la revista Garcilaso-Juventud creadora: [[Luis Rosales]], [[Luis Felipe Vivanco]], [[Leopoldo Panero]]) en favor de la poesía social (revista Espadaña —de 1944 a 1951—, [[Eugenio de Nora]], [[Victoriano Crémer]], a los que se asocia la trayectoria posterior de [[Gabriel Celaya]] y [[Blas de Otero]] —identificados habitualmente con el exilio interior—) o de un grupo de novelistas etiquetados como tremendistas ([[Camilo José Cela]] —La familia de Pascual Duarte, 1942—, [[Rafael García Serrano]], Luis Landínez, [[Darío Fernández Flórez]]).
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Revisión del 19:02 7 may 2013

Arte y cultura en el franquismo, arte y cultura del franquismo o arte y cultura franquista son denominaciones historiográficas con poco uso más allá de la ubicación cronológica o la identificación política. Usadas de forma genérica, no implican una calificación ideológica o estética de todo el arte y la cultura de la época franquista (1939-1975), que sólo sería adecuada para el arte y la cultura más identificados con el régimen de Franco —o, con expresiones a veces usadas, arte y cultura fascista en España, arte y cultura falangista o arte y cultura nacional-católica—, a pesar de lo diferentes que puedan ser entre sí (la literatura de Pemán, Foxá o Rosales, la pintura de Sáenz de Tejada o Sotomayor, la arquitectura y escultura del Valle de los Caídos, la música del Concierto de Aranjuez o de las canciones de Quintero, León y Quiroga, el cine de Sáenz de Heredia o Luis Lucia, la psiquiatría de Vallejo-Nájera o López Ibor, las ciencias sociales de Fernández Almagro, Carande o Suárez Fernández).

Más aún, buena parte de la producción artística y cultural española de la época fue realizada por autores ideológicamente opuestos o indiferentes, o con criterios estéticos completamente ajenos a una estética fascista (Laforet, Buero Vallejo, Aleixandre —literatura—, Dalí, Miró, Tapies —pintura—, Serrano, Chillida, Oteiza —escultura—, Sáenz de Oiza, Fisac —arquitectura—, Bernaola, de Pablo —música—, Berlanga, Bardem, Saura —cine—, Grande Covián, Catalán, Tello, Zulueta —ciencias naturales—, Vicens Vives, Maravall, Domínguez Ortiz, Julio Caro Baroja, Sampedro, Estapé, Linz —ciencias sociales—). A algunos de esos creadores se les sitúa con mayor o menor precisión en el denominado exilio interior, aunque muchos de ellos, lo tuvieran o no desde el inicio, terminaron alcanzando un gran reconocimiento social e incluso oficial, puesto que el régimen se esforzó en mantener una actitud inclusiva hacia los productos culturales que no fueran identificados como un desafío directo de la oposición (especialmente a partir del nombramiento de Joaquín Ruiz-Giménez como ministro de Educación sustituyendo a José Ibáñez Martín en 1951).

Hay que tener en cuenta, además, que no solamente se desarrollaron manifestaciones artísticas españolas en el interior de España, sino fuera de ella, dada la extraordinaria potencia cultural del exilio republicano español, al que pertenecían figuras de la talla de Juan Ramón Jiménez, Pablo Picasso, Julio González, Pablo Casals, Luis Buñuel, los arquitectos de GATEPAC, José Ferrater Mora, María Zambrano, Américo Castro, Claudio Sánchez-Albornoz, Juan Negrín, Blas Cabrera, etc.

Un prominente falangista, Ernesto Giménez Caballero, fue el principal teórico del arte fascista en España; mientras que el más prestigioso teórico del arte español de la época, Eugenio d'Ors, se esforzó por la creación de un ambiente artístico afín al régimen pero abierto y asimilador (Salón de los Once, Academia Breve de Crítica de Arte, 1941-1954), incluyendo a las vanguardias, que pasaron con el tiempo a ser incluso una seña de identidad del régimen, cada vez más interesado en mostrar, tanto hacia el interior como hacia el exterior, una imagen de modernidad.

Los artistas y literatos afines al franquismo han sufrido de una general minusvaloración por la historiografía y la crítica artística y literaria. Como sentenció Andrés Trapiello:

ganaron la guerra y perdieron la historia de la literatura.

En correspondencia con el esquema menendezpelayano (identificación de España con lo católico y de su opuesto con lo antiespañol, venga de fuera o de adentro), el nuevo orden cultural y educativo que se pretendió crear en 1939 se centró de forma obsesiva en el nacionalismo y la religión. Lo pretendiera o no, el franquismo no consiguió imponer una cultura totalitaria uniforme con carácter excluyente de otras manifestaciones culturales, y las fuentes historiográficas suelen utlizar los términos «tradicionalista», «autoritaria» y «dictatorial» para describirla. Sí que significó, especialmente durante la posguerra, una cultura de imposición con actitudes de reconquista o imperialistas, que supuso una fuerte represión, la depuración generalizada y sistemática del sistema educativo (el magisterio —comisión D—, las enseñanzas medias —comisión C— y la universidad —comisiones A y B—) y de todas las instituciones culturales (las Reales Academias, que fueron agrupadas en el Instituto de España en 1938 —incluso Ramón Menéndez Pidal cesó como director de la de la Lengua entre 1939 y 1947—, museos como el Prado —al frente del que se repuso al director depuesto por la República en 1931-, el Ateneo de Madrid y otras, entre las que destacaron las más identificadas con el krausismoInstitución Libre de Enseñanza, Junta para la Ampliación de Estudios, Residencia de Estudiantes, Instituto Escuela—, que fueron recreadas de nueva planta —CSIC e Instituto Ramiro de Maeztu—) para ponerlas en manos de las órdenes religiosas y de personalidades afines (sin demasiados miramientos procedimentales —oposiciones patrióticas—) y la implantación de una censura ideológica y moral y de un aparato de propaganda que utilizó de forma eficaz los modernos medios de comunicación de masas (NO-DO, Prensa del Movimiento, el control estricto de las emisoras de radio y desde 1956 la televisión). La persecución de los nacionalismos periféricos no significó la prohibición de las lenguas y culturas locales (catalán y cultura catalana, euskera y cultura vasca, gallego y cultura gallega), pero sí una política de imposición del castellano (si eres español, habla español) en la educación y en la práctica totalidad de los ámbitos públicos, que no siempre se siguió en la misma medida y con la que ni siquiera todos los dirigentes del régimen estaban de acuerdo (polémica entre Carlos Sentís y Josep Montagut).

En el reparto de parcelas de poder entre las familias del franquismo (católicos, azules, monárquicos —carlistas y juanistas— y militares —africanistas y de otras tendencias-) correspondieron a cada una de ellas ámbitos ministeriales y funciones no siempre bien delimitadas: a los católicos les correspondió el Ministerio de Educación Nacional, donde se centraba la mayor parte de la política cultural; pero a los azules les correspondía la política social y el aparato del Movimiento Nacional, que pretendía una presencia totalitaria en todos los aspectos de la vida pública e incluso privada. Cada una de las familias disponía de medios de comunicación afines.

Fue muy significativo el encumbramiento a puestos de alta influencia en los ámbitos ideológico y cultural de personalidades clericales (Justo Pérez de Urbel —benedictino—, Plá y Deniel, Gomá, Eijo y Garay, Morcillo —obispos—) o ingresados al clero ya en su madurez (las denominadas vocaciones tardías: Ángel Herrera Oria —líder de la Asociación Católica Nacional de Propagandistas, se ordenó sacerdote con 53 años y llegó a obispo—, José María Albareda —del Opus Dei desde 1937, fue director del CSIC, y se ordenó sacerdote con 57 años—, Manuel García Morente —destacado filósofo, se ordenó sacerdote con 54 años—); de tal modo que se ha calificado el ambiente intelectual dominante como tomista, escolástico, neo-tomista o neo-escolástico.

La imagen ha sido moneda corriente desde poco después de la guerra civil. Primero circuló fuera de España; se suponía que en ella no quedaban más que “curas y militares”, y ni rastro de vida intelectual, refugiada en la emigración. La propaganda oficial, mientras tanto, afirmaba que se había eliminado —hacia el cementerio, la emigración, la prisión o el silencio— la escoria “demoliberal”, y se había restablecido el esplendor “imperial” de España, ejemplificado en nombres de los que hace mucho tiempo nadie se acuerda, y que no es piadoso recordar. (Julián Marías La vegetación del páramo).

Literatura y ambiente intelectual

Tanto en la España de Franco como en el exilio y en la imagen de España en el exterior, la Guerra Civil (1936-1939) se perpetuó como referente vital y cultural.

La destrucción del patrimonio artístico español había sido de gran magnitud, no sólo por actos de guerra, sino particularmente por la furia iconoclasta de la retaguardia republicana. Tales hechos fueron ampliamente divulgados por el nuevo Estado, que a la vez pudo exhibir como un logro propio la recuperación de los fondos más importantes del Museo del Prado, puestos a salvo en Ginebra, y la obtención de la humillada Francia de Vichy de dos piezas emblemáticas salidas de España bajo diferentes circunstancias (la Inmaculada de Soult y la dama de Elche, 1941).

La vida cultural española de la posguerra se vio trágicamente ensombrecida por la muerte violenta de destacadas personalidades identificadas con uno y otro bando (Federico García Lorca, Ramiro de Maeztu, Pedro Muñoz Seca). Por causas naturales habían muerto Valle Inclán y Unamuno (en enero y diciembre de 1936, respectivamente), Manuel Azaña y Antonio Machado (al poco de cruzar la frontera francesa en 1939). El poeta Miguel Hernández murió en prisión en 1942. Una de las imágenes de la época que más la identifican es el retrato que le hizo su compañero de cautiverio Antonio Buero Vallejo, quien posteriormente alcanzaría gran aceptación con una amarga visión del ser humano y la sociedad en una escena teatral en la que incluso el humor de los comediógrafos del bando vencedor no podía sustraerse de lo absurdo (Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Edgar Neville, José López Rubio, Tono —la otra generación del 27— y su epígono Alfonso Paso).

El «páramo cultural»

A pesar de la producción literaria de los intelectuales afines al nuevo Estado Nacional, de la vuelta de algunas celebridades de gran peso internacional (Arturo Duperier, Ortega y Gasset, Salvador Dalí) y del mantenimiento de una mínima actividad científica (creación del Instituto de Estudios Políticos —1939—, del CSIC —1939— y del Instituto de Cultura Hispánica —1946—) y de algunos ámbitos de relación (tertulias como las del Café Gijón, revistas como Vértice —1937 a 1946—, Escorial —1940 a 1950—, Garcilaso-Juventud creadora —1943 a 1946—, Espadaña —1944 a 1951—, Ínsula —desde 1946—, o Cántico —1947 a 1949—); la larga posguerra española (años cuarenta y cincuenta) representó para el interior de la destruida, hambrienta y aislada España un páramo cultural, agudizado por la represión, la depuración del sistema educativo y de las instituciones culturales, las purgas de libros y la censura. Comparar el periodo con el inmediatamente anterior, la Edad de Plata, da uno de los contrastes más claros de la historia de la cultura española. La expresión «páramo cultural» o «páramo intelectual», muy utilizada, ha sido en sí misma objeto de debate y es para muchos autores injusta con las producciones culturales efectivamente existentes; pero no obstante tiene la virtud de entroncarse en el debate esencialista, introspectivo y pesimista sobre el Ser de España que fue en sí mismo el tema intelectual más importante de la época (en 1949 se sustanció el debate en los libros, de explícitos títulos, de Pedro Laín Entralgo —El problema de España— y Rafael Calvo Serer —España sin problema—).

Desde la historia de la ciencia, el periodo se ha llegado a denominar como destrucción de la ciencia en España. Posiblemente la forma más sintética de describirlo la hallaron algunos novelistas, poetas y dramaturgos en sus títulos: Carmen Laforet con Nada (1945), Dámaso Alonso con Hijos de la ira (1946) Alfonso Sastre con La mordaza (1954), Luis Martín Santos con Tiempo de silencio (1962) o Carlos Barral con Años de penitencia (1975).

Madrid es una ciudad de algo más de un millón de cadáveres (según las últimas estadísticas)
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo en este nicho en el que hace 45 años que me pudro. (Insomnio, en Hijos de la ira)


Vicente Aleixandre, entre los poetas del 27, fue el que mejor representó la apuesta vital e intelectual por un exilio interior fecundo pero discreto. En cambio, destacados representantes de la generación de la amistad, como Dámaso Alonso y Gerardo Diego, se implicaron en las instituciones culturales del franquismo; mientras que otros (Luis Cernuda, Jorge Guillén, Pedro Salinas o Rafael Alberti) salieron a un exilio que compartieron con una pléyade de escritores (Ramón J. Sender, Claudio Sánchez-Albornoz, Américo Castro, Corpus Barga, José Bergamín, León Felipe, Francisco Ayala, Max Aub, Arturo Barea, María Zambrano, Castelao —en lengua gallega—, Josep Carner y Mercè Rodoreda —en lengua catalana—), científicos, artistas y profesionales de todas las disciplinas; cuyo reconocimiento internacional era altísimo en universidades y todo tipo de instituciones culturales, culminando en los premios Nobel de Juan Ramón Jiménez (literatura, 1956) y Severo Ochoa (medicina, 1959). La concesión del mismo premio a Aleixandre en 1977 —año en que regresaron destacados exiliados supervivientes— se entendió como la convalidación internacional de la recuperación de la democracia en España. Otros exiliados interiores de evidente trayectoria fueron Juan Gil-Albert o Rafael Cansinos Asséns.

Los literatos próximos al franquismo (Manuel Machado —el hermano de Antonio, símbolo vivo de la división fratricida—, Eduardo Marquina, Eugenio d'Ors, Julio Camba, Wenceslao Fernández Flórez, Manuel García Morente, Tomás Borrás, Jacinto Miquelarena, José María de Cossío, el Marqués de Lozoya, Rafael Sánchez Mazas, Víctor de la Serna, José María Pemán —el juglar de la Cruzada—, Ernesto Giménez Caballero, Manuel Halcón, Juan Antonio Zunzunegui, Ángel Valbuena Prat, Eugenio Montes, Samuel Ros, Agustín de Foxá, Luis Rosales, José María Gironella, José Luis Castillo-Puche, Emilio Romero) o los que por una razón u otra procuraron aproximarse, con distinta acogida por parte del régimen (Azorín, Jacinto Benavente, Ramón Pérez de Ayala, Carlos Arniches, Josep Pla —escritor bilingüe catalán y castellano—), han sufrido en su mayor parte un destino común en cuanto a su valoración por la crítica literaria posterior; salvando las distancias, en cierto modo similar a la relegación o el desprecio que sufrieron los intelectuales que apoyaron a los regímenes fascistas europeos tras su derrota (casos de Celine, Heidegger o Ezra Pound). Otros, como Camilo José Cela o Pío Baroja, han tenido más fortuna.

El alineamiento en uno u otro bando de la guerra civil fue haciéndose algo difuso para un grupo cada vez mayor de personalidades intelectuales, tanto del exilio como del interior, convergiendo en lo que se ha venido en llamar una tercera España. Es el caso de Manuel de Falla y de Ramón Gómez de la Serna (ambos residieron hasta su muerte en Argentina pero no se identificaron especialmente ni con los exiliados republicanos ni con las autoridades franquistas, que procuraban atraérselos); de un significativo conjunto de exiliados republicanos a los que la violencia había distanciado del propio bando republicano desde el inicio de la guerra («los blancos de París»: Salvador de Madariaga, Niceto Alcalá-Zamora o Alfredo Mendizábal —Comité Español por la Paz Civil, París, febrero de 1937—); y de otro significativo grupo, que optó por quedarse en España o volver en los primeros años de la posguerra: el médico y ensayista Gregorio Marañón o los filósofos Ortega y Gasset, Javier Zubiri y Julián Marías. Simbólicamente, los tres principales animadores de la Agrupación al Servicio de la República de 1931 (Ortega, Marañón y Pérez de Ayala) coincidieron en su desesperanzado rechazo de ésta y en la resignada aceptación del régimen de Franco, retornando a España en los años cuarenta. Por su parte, un selecto grupo de intelectuales procedentes del falangismo se fue distanciando del régimen (el entorno de la revista Escorial, que ha recibido la polémica denominación de falangismo liberal: Pedro Laín, Antonio Tovar, Dionisio Ridruejo, José María Alfaro Polanco, Gonzalo Torrente Ballester, José Luis López Aranguren, Álvaro Cunqueiro —que continuó escribiendo la mayor parte de su obra en gallego—).

Algo similar ocurrió con la opción explícita de un notable grupo de poetas por desarraigarse (expresión de Dámaso Alonso) y abandonar el esteticismo garcilasista (propio del entorno de la revista Garcilaso-Juventud creadora: Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Leopoldo Panero) en favor de la poesía social (revista Espadaña —de 1944 a 1951—, Eugenio de Nora, Victoriano Crémer, a los que se asocia la trayectoria posterior de Gabriel Celaya y Blas de Otero —identificados habitualmente con el exilio interior—) o de un grupo de novelistas etiquetados como tremendistas (Camilo José Cela —La familia de Pascual Duarte, 1942—, Rafael García Serrano, Luis Landínez, Darío Fernández Flórez).

España, camisa blanca de mi esperanza,
reseca historia que nos abraza
con acercarse sólo a mirarla;
paloma buscando cielos más estrellados
donde entendernos sin destrozarnos,
donde sentarnos y conversar.
(...)
España, camisa blanca de mi esperanza,
de fuera o dentro, dulce o amarga,
de olor a incienso de cal y caña;
¿quién puso el desasosiego en nuestras entrañas
nos hizo libres pero sin alas
nos dejó el hambre y se llevó el pan?

Blas de Otero